Ya casi había pasado medio año desde que Alejandro vio a Alex por primera vez y, desde entonces, mantenía una estrecha relación. Tal era así, que pasaron de verse sólo durante el fin de semana los dos primeros meses, a convivir juntos en la casa de Alejandro, como un regalo más el día del cumpleaños del chaval, y sólo se separaban durante el tiempo en que el chico permanecía en el colegio para asistir a clase y mientras Alejandro atendía sus obligaciones laborales, naturalmente.
Alejandro trataba al chico como si fuese su hijo y no sólo atendía sus necesidades materiales, fuesen diarias o no, sino que se preocupaba de sus estudios y del aprovechamiento del muchacho, que nunca había sido demasiado bueno ni su comportamiento precisamente ejemplar en las clases. En cuanto se lo trajo a su casa para vivir con él, Alejandro le advirtió que la condición para convivir juntos era a cambio de esforzarse en los estudios y sus notas mejorasen ostensiblemente. Para ello, Alejandro se ofrecía a ayudarle con la materias en las que tuviese conocimientos suficientes o buscar profesores particulares si era necesario. Pero lo que debía tener claro es que sus resultados académicos tenían que ser de los mejores del colegio.
De entrada, al chico le pareció un chantaje y se lo dijo a Alejandro sin cortarse un pelo, haciendo hincapié en que ya tenía diecisiete años y no era un puto nene de mierda. Sin embargo, tuvo que tragar y bajar la cabeza, metiéndose por el culo su orgullo de gallito, y ceder a lo que le imponía el hombre del que cada día estaba más enamorado y lo deseaba con todas las fuerzas del alma y de sus cojones. Órganos glandulares que no pasaban ni una sólo noche sin vaciarse, ya fuese a base de pajas o involuntariamente mientras el chaval dormía soñando con la verga y los besos de Alejandro. El caso es que los informes de los profesores del chico eran favorables respecto a su conducta con el resto del los compañeros, no provocando peleas como antes y hasta evitándolas si le era posible, y todos coincidían en que el muchacho era otra persona distinta y mucho más responsable desde que estaba con el amigo de su padre.
Lo que no intuían era que Alejandro tenía amenazado al chico con echarlo de su casa si no se comportaba como él quería, Y eso pasaba por estudiar, no buscar broncas con nadie y, sobre todo, no mencionar nada respecto a otro tipo de relación entre ellos que no fuese paterno filial.
Alex también había claudicado en ese asunto y se guardaba las ganas de tocar a su hombre de otra manera que no fuese un abrazo inocente o recibir sus caricias en el pelo al ver la tele recostado en su regazo como un gatito mimoso. Alejandro, por otra parte, le estaba tomando un cariño especial e inmenso al crío y disfrutaba teniéndolo a su lado y viéndolo reír y jugar con las cosas más simples que pudiera ocurrírsele al chaval. Porque Alex, ante todo y aún a pesar de la soledad que soportó desde la muerte de su abuelo, era un muchacho alegre y optimista que siempre pensaba en positivo y le haría gracia hasta a la persona más seria y antipática del mundo. Hasta hacía sonreír al director del colegio, que era soso como un palo y con menos gracia que un demonio de Tasmania. Y que, además, cuando se enfadaba se parecía bastante al jodido animal.
Y lo que evitaba traslucir Alejandro, era que ese crío cada día le parecía más guapo y su cuerpo, más de hombre que de adolescente y estupendamente formado, se la ponía dura como a un burro. Pero no sólo era el cuerpo del chico lo que le gustaba cada vez más a Alejandro, sin olvidar que el jodido, en cuanto tenía ocasión, mostraba su culo redondo y perfecto con avaricia, poniendo la testosterona del otro en plena ebullición.
A parte de los atributos estéticos de su anatomía, Alex le parecía encantador y a su lado tenía la impresión de que estaba envuelto en un halo de lujuria que lo arrastraba hacía el chaval irremisiblemente. El chico no sospechaba hasta que punto enloquecía al amigo de su padre, ni los esfuerzos que éste hacía por controlarse y no besarle la boca al chico y arrastrarlo a su cama para gozar con él y lamerlo entero, comiéndolo despacio para saborear mejor aquel precioso crío que la vida le traía a las manos. Y ahora el problema no sólo era que fuese el hijo del amor de su juventud. Ahora Alejandro empezaba a ser consciente que el recuerdo había idealizado un amor que tan sólo era la amistad y el cariño entre dos niños, que al ser adolescentes conocieron juntos el sexo y confundieron todo eso con una amor profundo. Pero lo que había sentido con respecto al padre, no tenía nada que ver con lo que ahora le provocaba el hijo.
Lo que sentía por Alex, inexplicablemente era otra cosa mucho mas fuerte y tremenda. Le ponía la piel de gallina hasta pensarlo y un simple movimiento del chaval le hacía perder el juicio. Lo atraía con cualquier cosa que dijese o hiciera el puto muchacho y eso le costaba sangre a Alejandro, porque su corazón quería una cosa y su mente no podía admitirlo, consiguiendo en esa lucha desgarrarle el alma. Y por las noches la cama se volvía un infierno para él, después de haber estado pegado al chiquillo acariciándole el pelo y darle y recibir en la mejilla un beso antes de irse a dormir.
Por eso algunas veces Alejandro salía en cuanto el chico quedaba dormido y toda la casa estaba en silencio y se iba a buscar sexo sin compromiso a un bar y desahogar su lascivia dentro de otro cuerpo. Necesitaba cada vez con más frecuencia irse a solazarse y sudar la lívido que le cargaba los huevos el crío, usando a un sumiso obediente o sometiendo a otro que fuese presumiendo de machito y que en cuanto le ponen las manos encima y le atizan dos guantazos en los morros, se arrodilla para mamar como una loba. Y luego, tras unos azotazos que le calienten las carnes, se pone a cuatro patas y esperar que un verdadero macho le rompa el ojo del culo a pollazos.
Primero por ira al perder a su querido Miki y luego por vicio y darse cuenta que ese era su rol sexual, Alejandro practicaba desde hacía tiempo la dominación sobre otros hombres y no le bastaba con follarlos solamente. Tenía que darles caña y usar y abusar de ellos con cualquiera de las prácticas imaginables para deleitarse él a costa del dolor y la humillación del otro, hasta alcanzar el orgasmo sin importarle lo más mínimo el placer del sometido.
Tanto podía azotarlos como retorcerles los pezones y pellizcárselos o torturarlos con pinzas japonesas (que son las más puñeteras) por todo el cuerpo o derritiendo cera sobre ellos o descargas eléctricas en los genitales y dentro del ano. Todo estaba en su programa como previo a darles por el culo, después de mamarle la polla, o meterles el puño por el ano para manejarlos como simples marionetas.
En la bodega, bajo el garaje de su casa, tenía una sala acondicionada para las sesiones con los esclavos ocasionales que cazaba y allí los sometía y los usaba como mejor le pareciese. Hubo veces de tener a uno durante todo el fin de semana encerrado en una jaula, esposado y amordazado, para tenerlo a mano e ir a soltarle la leche en los morros y mearle encima cuando sus cojones ya no podían soportar ni un átomo más de semen dentro.
Le ponía una excusa al crío y desaparecía un rato para descargar la mala leche en el perro que esperaba bien atado a que el amo fuese a darle su merecido. Y se lo daba, incluso en mayor medida de la que esperaba el puto cabrón enjaulado en el sótano. Lo breaba y lo forraba a vergazos para desalojar sus pelotas y sacar la calentura por el capullo. Lo que menos imaginaba el jodido perro era que la polla de ese amo no estaba tiesa porque le pusiese cachondo su culo, sino que la tenía inhiesta por culpa del culito de un mocoso, que tranquilamente leía o veía la tele tumbado en el salón de la casa, o ya dormía desde hacía un buen rato en su cómoda cama.
Bueno, toda esa suposición de que el chaval estuviese sosegado, leyendo o durmiendo, era verdad hasta cierto punto, dado que a Alex, con el paso del tiempo, se le aceleraba más su carga hormonal y sus huevos no paraban de fabricar semen, que tenía que darle salida o el dolor se volvía insoportable y su cipote se congestionaba de tal modo que parecía una remolacha. El muchacho mostraba una gran actividad sexual, propia de su edad, pero aumentada por el hecho de tener tan cerca al ser que amaba y era el tipo de hombre perfecto para él. En cuanto Alejandro se iba, o al estar ya en su cuarto para acostarse, al chico le entraba el apuro y se metía un par de dedos por el culo y se la pelaba un par de veces al menos, de una forma escandalosa, si quería dormir toda la noche de un tirón.
Pero Alex no sospechaba lo que sucedía en el sótano del garaje, ni la mayor parte de las veces se enteraba que Alejandro se largaba de casa por la noche y menos donde iba y cual era el objeto de sus silenciosas fugas.
Y si no era consciente de nada de eso, mucho menos de las aficiones cinegéticas de Alejandro, ni de la clase de piezas que cazaba para devorarlas in situ, o traerlas escondidas en el maletero del coche para sacarlas a hurtadillas y encerrarlas en la jaula, degustando a sus presas con calma mientras el crío soñaba que tenía la polla de Alejandro dentro del culo.
Y así, arañando un objetivo inaccesible por el momento, iban pasando los meses, acercándose otra vez a la fecha en que el muchacho cumpliese dieciocho años como dieciocho soles. Y entonces sería más difícil que el chico estuviese dispuesto a aguantarse las ganas de sentir la verga de Alejandro en su entraña y no luchar por lo que deseaba con todo su corazón.