"Quién dará vida al bello esclavo sino su amo?. Sus rasgos pueden ser perfectos y su cuerpo hermoso, pero sólo su señor posee el corazón del siervo que vive por y para el placer de su dueño. De su amante y de su dios. El es sólo un pobre perro triste si le falta la mano que sujete la cadena con firmeza y afecto. Solamente es carne sin el alma que le regala el amo al fecundarlo de amor"
ANDREAS

domingo, 23 de enero de 2011

5 Convivencia

La vida de Alex junto a Alejandro transcurría feliz, excepto por la falta de desahogo a la pasión que le abrasaba las entrañas. El deseo crecía en el chico y se hacía más fuerte cada día, desencadenando sueños y ansias de placer, que se desbordaban cada noche sobre las sábanas de la cama del muchacho, disimulando de día su locura por Alejandro esforzándose en centrar su atención en los estudios y calmando su energía con el ejercicio físico y el deporte.

Y esto se lo ponía más difícil al otro, puesto que a la atracción indomable por el chaval, se añadía la espléndida anatomía que iba desarrollando al trabajarse el cuerpo de tal manera y convertir la fuerza de su lujuria en músculos.

Hasta su cara había dejado de ser barbilampiña y se asomaba a sus mejillas la sombra del vello, que se convertía en barba si no se afeitaba en dos o tres días. Lo que le daba al crío un aire mucho más morboso todavía, provocándole sudores en la entrepierna a Alejandro. Este obligaba al chico a pasarse la maquinilla, tan sólo por seguir viéndolo como un niñato y no claudicar ante el hombre joven que cada mañana le saludaba el día con un beso, al que correspondía con otro en la mejilla y una palmada en el culo para que se diese prisa y no llegar tarde al colegio.


Había tardes en que la tensión entre ambos se podía cortar en el aire, donde flotaba el mismo deseo, amordazado y retenido por el hombre maduro con más de treinta años y soportado malamente por el adolescente que iba a cumplir los dieciocho.

Cada roce entre ellos era una descarga de alto voltaje que les electrocutaba el corazón. Pero Alejandro no podía vencer sus reparos, en parte inculcados desde pequeño, y olvidar que Alex tan sólo era un crío. Y, por si eso fuera poco, se trataba del hijo del que fuera su amor de juventud y aún veía al padre en él. Sin embargo, tenía que admitir que el parecido entre ellos era relativo, ya que el chico no sólo era más guapo y con mejor cuerpo que Miki a su edad, sino que tenía mucho más carácter y una personalidad más fuerte y definida.

Quizás su mayor semejanza con el padre estaba en la mirada y el cabello, aunque los ojos de Alex eran un profundo mar de esmeralda, cuyo color intenso sería la envidia de la joya que pudiera adornar el turbante de un maharajá. Y sus cejas amparaban esas dos piedras preciosas, enmarcadas por largas pestañas oscuras, rodeando el conjunto con un aureola de misteriosa sagacidad, típica de la cara de un tío listo.

Alejandro, sin pretenderlo, bebía los vientos por aquel chiquillo que metió en su vida de repente, robándole la calma y sin calibrar las consecuencias que ello le acarrearía. Y era consciente de que pasara lo que pasara ya no podía vivir sin él. Estaba absolutamente colgado del muchacho y comenzaba a saberlo con una claridad meridiana que le rompía los esquemas.

Hasta empezaba a sentir asco al ir a los putos bares, que ya le parecían burdeles de baja estofa donde sólo pululan zorras y machos salidos, a los que sólo iba para atrapar a una perra en celo y pasársela por la piedra allí mismo o en el sótano de su garaje si era medianamente aprovechable como para perder algo más de unos minutos con esa pieza.

Pero no le quedaba otro remedio, a no ser que dejase que sus cojones reventasen como globos y el capullo se abriese como una rosa, igual que el cañón de una escopeta que disparan taponando su boca. Tenía que dejar salir su mala hostia y su represión sobre otros cuerpos que buscaban ser usados y maltratados por un amo cabrón que les diese caña hasta dejarlos lacerados y con el culo dilatado y profundo como un túnel ferroviario.


Mas en el fondo ese no era el ideal de vida que ahora deseaba Alejandro. Era cierto que quería un tipo sumiso para satisfacerse con su cuerpo y su alma, sometiéndolo a su capricho, pero también buscaba el amor, inspirado por el crío, y deseaba darse a cambio de la entrega incondicional del otro. Y también aspiraba a sentir el sublime deleite de un placer mutuo y compartido con el ser que le perteneciese de por vida.

El sería el amo y el otro estaría en su corazón como su amado esclavo. Aunque Alejandro fuese el dueño, el otro sería su único y verdadero amor. Esa relación sería el principal objeto de la vida de ambos y el motivo por el cual cada mañana saldría el sol para los dos y la luna asistiría como testigo de su pasión y su comunión carnal cada noche.

Y, a pesar de su negativa, algo le gritaba en el pecho que ese ser ya estaba con él y solamente tenía que cogerlo y ser su amo para siempre. Porque ese otro no sólo lo esperaba, sino que lo deseaba y sufría por cada minuto que pasaba sin ser poseído. Dado que, sin darse cuenta, realmente se consideraba propiedad del otro desde el primer día en que se conocieron en la sala de visitas del colegio.

Pero los condicionamientos sociales no son fáciles de apartar a la hora de tomar ciertas decisiones y Alejandro se resistía inútilmente a considerarse suficientemente perverso para dar rienda suelta al caballo desbocado que caracoleaba en su cerebro y aceptar la verdad de su debilidad por el muchacho para convertirlo en su posesión más valorada.



En eso el crío era más maduro que el hombre que tanto amor y respeto le inspiraba. Alex sabía lo que quería y estaba empeñado en conseguirlo tarde o temprano. Mientras que Alejandro se debatía entre rechazar o admitir lo que tampoco ignoraba y se resistía a echarle la mano a lo que ya era suyo desde el primer instante en que se miró en los ojos del muchacho.


Alejandro salió al jardín a leer junto a la piscina y al rato apareció Alex en bañador dispuesto a tomar el sol sobre una hamaca que colocó junto a la de Alejandro. El chico se tumbó de bruces y se bajó un poco el bañador por detrás para aprovechar mejor el sol y ponerse moreno hasta donde normalmente enseñaba yendo en bermudas.

Alejandro miró la espalda del muchacho y le dijo: “Ponte crema o te quemarás.... Todavía tienes la piel demasiado blanca para estar al sol sin protección alguna”. “No cogí el bronceador”, respondió el chaval. Y Alejandro le replicó: “Pues ve a por uno, que ya sabes donde están.... Y que tenga bastante protección, que ya tendrás tiempo de ponerte morenito hasta que termine el verano”. “Vale, papi”, contestó el crío y se levantó como un rayo en busca del bronceador.

No tardó ni dos minutos y ya estaba de vuelta con un tubo en la mano y se tiró otra vez en la tumbona ofreciendo la espalda para que Alejandro la untase de crema, con la excusa de que él no llegaba con su brazo. Alejandro dejó el libro y se incorporó. Y con un gesto de paciencia puso un chorro de crema sobre la piel de Alex y empezó a extenderla despacio, presionando con la palma de la mano y moviendo los dedos sobre la espalda del chico.

Era una sensación distinta a tocarle el cabello. La piel era suave pero al mismo tiempo estaba firme y tersa sobre la carne, trasmitiendo una sensación erótica tremenda que recorría el brazo de Alejandro para clavarse en su cabeza. El chaval cerró los ojos y no se movía. Y por un momento Alejandro creyó que se había dormido, pero era una falsa apariencia, porque al dejar de tocarlo levantó la cabeza y dijo: “Te importa que tome el sol en el culo también?”. “Por mí puedes tomarlo donde te de la gana. No voy a asustarme por verte en pelotas”, respondió Alejandro. Pero el chico aprovecho la oportunidad y añadió: “Pues quítame el bañador y ponme crema en el culo. Y ya que estás en faena, dame también por las piernas”. “Qué pasa?. Tampoco lleguas con la mano hasta ahí?. O es que el niño se ha vuelto tan cómodo que no puede ponerse el solito el bronceador?”, puntualizó Alejandro fingiendo una molestia que no sentía. Al contrario. Lo que estaba era empalmado al bajarle el bañador y verle las nalgas al muchacho.



Echó un chorrete en cada cacha y plantó las dos manos sobre ellas, apretándolas y sobándolas sin tapujos. Y le dijo al crío: “Relájate y no aprietes el culo”. Y el chico contestó: “No lo hago. Es así de duro cuando estoy relajado y no lo cierro. Si lo hiciese sería como de acero y podría aplastar cualquier cosa que me metieran en la raja”. “No lo dudo!”, aseveró Alejandro.

Aquel culo era un placer en sí mismo. Alejandro no recordaba haber visto ninguno tan bien hecho y bonito. Y la pelusilla al terminar la espalda y justo encima del principio de la raja, lo puso como una moto. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no morderlo ni lanzarse en picado sobre Alex para penetrarlo, clavándolo en la hamaca.

Los muslos y el resto de las piernas eran de piedra y las cubría un bello escaso, pero el justo para darle el tono viril que transformaba al niño en un hombre de cuerpo entero.

Alejandro no era capaz de soportar semejante tentación, sin meterle mano al muchacho y llegar hasta tocar la bolas o la misma polla si seguía dándole crema por el cuerpo. Así que le atizó un azote, entre cariñoso y con rabia por estar tan bueno el puto mocoso, y le ordenó que se diese la vuelta para terminar con aquello y ver si tenía cara de vicioso después del sobeo.

Alex se hizo el remolón y dijo que le apetecía quedarse tumbado de esa manera, pero Alejandro insistió y al obedecer el crío vio lo que se imaginaba. La escandalosa erección del chico y la mancha de precum en la toalla, dejaban bien claro como se lo estaba pasando el muy cabrón mientras el otro le amasaba el cuerpo con el bronceador.

Y a Alejandro le salió del alma llamarle puto guarro y salido de mierda. Pero su pene festejaba aquello con la misma complacencia que el del muchacho. Y éste también se dio cuenta y le dijo: “Perdona. Pero ni soy guarro ni un salido. Sólo soy muy joven y mis nervios producen endorfinas y encefalinas a tope. Eso lo aprendí en clase de ciencias. Y tú tampoco andas mal de todo eso”. “Serás hijo de....”, gritó Alejandro. Y sin darle opción a escaparse agarró una manguera y le soltó a Alex un chorro de agua fría en los huevos que le hizo pegar un chillido de dolor, tanto por el golpe como por la sensación de congelación en sus genitales. Y le respondió: “Hostias!. Qué cabrón!. Me has metido las pelotas para adentro.... Joder!. Qué dolor!”. “Jódete”, contestó Alejandro y se largó dejando al chaval doblado y agarrándose la entrepierna.

3 comentarios:

  1. bien, bien, dale un poco más velocidad...

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  2. No, así está genial. El relato está de vicio, igual que las fotos. Sensualidad y erotismo dejando imaginar lo que pasaría al lector. Me encanta tu historia. Muchas gracias.

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  3. Esta muy bueno, que el chico se vuelva loco de calentura y deseo.
    Felicitaciones al autor

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