Una tarde, Alejandro descansaba en el porche y llamó al esclavo, que estaba haciendo un trabajo para su amo, y le ordenó que se desnudase. Sin previo aviso le agarró los huevos y se los estrujó en su mano como si fuesen dos uvas y pretendiese dejarlas pasas.
El chico gritó lanzando un chillido agudo, propio de un castrado, y el amo apretó aún más, retorciéndoselos al mismo tiempo. El chaval se dobló sobre el vientre para paliar el dolor, pero su dueño le gritó para que se pusiese derecho y soportase su caricia como un hombre. Alex se estiró de nuevo, con el rostro colorado como una tomate y dejando correr lágrimas por las mejillas.
Entonces el amo le espetó: “Que es eso que está tirado allí?”. Alex miró donde le indicaba Alejandro y respondió: “Un libro, señor”. Pero el amo insistió: “Qué libro, puto de mierda?”. El chaval comenzó a sudar y su frente se perló de gotas. Y el amo volvió a preguntar con voz alterada: “Qué libro, cabrón?”. “El que me diste para leer ayer por la tarde, amo”, contestó el chico.
Alejandro se puso en pie y sujetó al esclavo por un brazo empujándolo hacia el interior de la casa, y le ordenó que se doblase sobre un taburete, que hacía unos días había encargado hacer para azotarlo con más comodidad, y de un cajón sacó un flagelo, hecho de varias tiras de cuero muy fino, y le mandó que fuese contando los trallazos hasta llegar a cien. De ese modo estrenaba tanto el soporte como el instrumento para el castigo.
El sonido del cuero sobre la piel del chaval era una música infernal para el flagelado, pero el agudo escozor en su carne no impedía que su miembro se empinase, sin saber si le estaba permitido o que otra pena le depararía ese atrevimiento. Al amo, por supuesto, el color enrojecido de las nalgas marcadas por el cuero se la levantaba y su glande babeaba en los calzoncillos. Pero su cara sólo reflejaba la seriedad lógica de un amo cabreado con su esclavo, al que está castigando severamente.
Con el culo encarnado y a ronchas cárdenas, el amo obligó al esclavo a arrodillarse ante él y le habló con calma, tranquilizando su mal humor: “Jamás dejes un libro tirado, más si yo te he ordenado leerlo. Cómo has podido ser tan necio?”. El chaval se explicó mirando al suelo: “Amo, ya lo he leído entero, pero se me olvidó ahí al ir a preparar ese trabajo que me diste para hacer. Perdona el descuido, señor. Quise servirte demasiado rápido y no puse suficiente atención. No se volverá a repetir”.
Alejandro se dio la vuelta, como despreciando al puto crío, pero le dijo: “Por esta vez voy a disculparte.... Y, además, voy a hacerte un obsequio. Será algo inesperado para ti y pensaba reservarlo más tiempo, pero voy a dártelo ahora. Levanta la cabeza, pon las manos a la espalda y abre la boca. Y no te muevas ni hagas nada hasta que yo diga otra cosa”. Se giró hacia el esclavo con la verga empalmada fuera de la bragueta y empezó a cascársela delante de la cara del chico.
Solamente el movimiento del pecho y la saliva que le caía al no tragarla y encharcarse su boca, denotaban que Alex no era una estatua de sal, sino un muchacho de carne y hueso, lleno de vida y ansias por disfrutarla con su amo. Miraba solamente los gestos de la cara de Alejandro y aguardaba su voluntad sin pestañear siquiera. Notó el aumento de los jadeos de su señor y la mueca que fruncía su ceño al echar la cabeza hacia atrás, entreabriendo la boca para respirar, estremeciéndose de placer también. Y vio como su dueño le metía el pene en la boca diciendo que lo apretase con los labios pero sin chupar ni hacer otra cosa que recibir lo que ya le estaba dando. Pero su polla también estaba dura y excitada.
Alex sintió unos chorros en su garganta y en su paladar el espeso y viscoso sabor algo salado que aún no había probado nunca. Comulgaba por primera vez el esperma de su amo y sus ojos se llenaron de lágrimas después de correrse esparciendo sin control su leche por el suelo. Alejandro soltó en la boca de su esclavo toda la carga acumulada en sus huevos y dejó que el chico aprovechase hasta la última gota de su semilla.
Cuando le sacó la verga, Alex la acarició con los labios al no abrirlos del todo y luego los relamió por si aún quedaba algo en ellos. Y sin retirar la mirada de los ojos de Alejandro dijo: “Gracias amo. Me alimentas con tu vida y ese es el mejor regalo. Sólo espero volver a merecerlo, pero no he podido evitar verter el mío en el suelo. Perdóname”. El amo bajó la cabeza del esclavo con el pie, diciéndole: “Esto será más que un regalo para ti, porque es tu mejor alimento. Nunca dejes que se desperdicie, ni el tuyo tampoco. Lámelo y recogelo todo. Que no quede nada en el piso”. Y se fue hacia un mueble cercano.
Alex husmeó como un sabueso hasta la mínima salpicadura de su semen y las limpió pasando varias veces la lengua por el mismo sitio y al terminar dijo sonriendo: “Ya no queda nada, amo”. Alejandro volvía con algo en la mano y le ordenó levantarse. Y lo que no sabía aún el chaval es que lo que tenía su amo era una jaula acrílica para encerrarle el pito con candado. También veía por primera al natural un cinturón de castidad para que no se empalmase ni se corriese otra vez sin la autorización de su dueño.
Una vez que Alejandro se guardó la llave en el bolsillo, le dijo: “Estoy harto de verte con la polla tiesa a todas horas. Esto te servirá para que aprendas a no desgastarte soltando leche por cualquier sitio. Como ves, sólo podrás mear con eso puesto, pero tus fuerzas aumentarán y seguro que te centrarás más en lo que hagas. Y ahora sigue con tu trabajo”. “Sí, amo”, respondió el chico mirando otra vez al suelo.
“Otra cosa (dijo el amo). Ponte solamente el suspensorio que te regalé en tu cumpleaños. Quiero que lo lleves puesto hasta nueva orden”. “Sí, señor”, acató el esclavo. El chico cumpliera los dieciocho años hacía dos meses y ese día Alejandro no le regaló lo que él esperaba. Su obsequio fue un collar de cuero, con muñequeras y tobilleras a juego, y un par de jockstraps de color negro. Era el atuendo propio de un esclavo sexual, pero todavía no los había estrenado.
Su amo seguía privándole de su mayor anhelo. Sólo lo penetraba con los dedos y todavía lo mantenía ansioso por probar la verga en el culo. Alejandro le dosificaba todo sistemáticamente, sin apurar nada ni darle demasiado al mismo tiempo. Era un goteo de sensaciones nuevas. Y lo único que ya había experimentado varias veces eran los azotes en las posaderas. Así como los sobeos y las caricias, ya que era una de las partes del cuerpo que más le magreaba su amo. Por eso lloró al recibir la leche de su dueño por primera vez y suponía que algún día dejaría que se la mamase y querría darle lo otro también. Por el momento tenía que conformarse con lo que ya le había regalado, ya que era consciente que no merecía nada, ni jamás tendría derecho a tanta generosidad.
Por supuesto, el amo no le permitía meterse los dedos por el ano y sólo él se reservaba el agujero del esclavo para jugar cuando le daba la gana. Cosa que hacía con frecuencia, sobre todo antes de acostarse a dormir, poniendo al chaval sobre las rodillas y manoseándole las cachas e introducirle por el esfínter los dedos. Primero de uno en uno e iba aumentando la penetración con dos, luego con tres y hasta con cuatro juntos. Pero sin la menor intención de follarlo como es debido y el chico deseaba. Realmente eso era una tortura para el muchacho, que se iba a la cama caliente como una mona y encima no podía masturbarse ni soltar una gota de leche o recibiría un duro castigo.
Casi agradecía la jaulita en el pito, porque seguramente con eso no se le levantaría y de ese modo no habría forma de correrse. Y al primer sobeo que recibió con ella puesta, lo comprobó a costa de un dolor de polla y de huevos terrible. Y encima no paró de babearle el capullo, doblado y sin sentir apenas las piernas del amo. El morbo mental superaba las sensaciones meramente físicas y al chaval le bastaba con oler a su amo para segregar testosterona y leche. Y si encima lo tocaba, eso era la leche en verso. La puta hostia para el muchacho a pesar de ser también un suplicio!.
Pero también lo era para su amo, al que cada día le era más difícil aguantar sin follarse al esclavo y clavarlo en cualquier sitio como un insecto disecado. Pero usando como alfiler su verga, dura como un palo y gorda como un morcillo, y aprovechando su agujerito anal para no hacerle otro en la espalda, que sería absolutamente innecesario y le estropearía al chico esa parte tan bonita de su cuerpo.
Alejandro no podría soportar mucho más tiempo sin darle por el culo a Alex, pero el chaval debía entender que eso no era lo más importante para su amo. Para un polvo, follándole el culo o la boca, le servía cualquier zorra, pero para follarle el alma no. Para eso sólo servía Alex y tenía que cazarlo desprevenido para desarmarlo y hacerlo más vulnerable en el momento de poseerlo, porque así sería mucho más suyo todavía.
Genial y excitante como siempre, la doma viene despacio creo que el momento sera sublime para ambos.
ResponderEliminarMaxy
Muy excitante......
ResponderEliminarMe encanta la forma de tus relatos.
Besos,
ÍsisdoJun
Os agradezco vuestro interés por mis historias
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